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Punta Indio: La ignorada playa de río

En la costa sur del Rio de La Plata un pueblo-refugio guarda casi inmodificable una de las mejores combinaciones de arena y agua dulce.

Punta Indio es un pueblo-refugio perteneciente al Parque Costero del Sur. Una Reserva de Biósfera que inicia en la localidad de Magdalena y se extiende 70 kilómetros por la costa hacia Bahía de Samborombón.

Hacia allá me dirijo junto a Facu y Luz, que se ofrecen a llevarme la distancia que nos separa por Ruta 11, desde El Destino. Los chicos acomodan la maraña de bártulos para hacerme lugar en la caja de su Kangoo y levantando polvo, a los saltos y entre colchones, el viaje se torna corto y divertido.

 

El camino mezcla, a los lados, una linea arbolada variada de baja altura. Detrás de ellos sólo se ve, por tramos, los campos privados de pastoreo. Aprovechando la ventana baja del acompañante, estiro el cuello para percibir el aire costero de río.

Facundo confesará que paró al verme pues estuvo seis meses viajando por Francia, tratando de aprender y perfeccionar el idioma. Está recién llegado al país y, además de la edad, nos une el motor de viajar y conocer cosas nuevas. Luz se muestra más interesada por mis historias que por contar las suyas. Así que no dejo pasar la oportunidad para contar mi desafío de 20 mil kilómetros atravesando la mayor cantidad de Áreas Naturales Protegidas en todo el país.

Se preocupan por saber dónde voy a pasar la noche. Algo que en realidad no tengo definido. Mi carpa me da tranquilidad de que en casi cualquier lugar puedo descansar algunas horas. También cuento que estaba esperando respuesta de una chica que podría alojarme a través de una aplicación de hospedajes: Couchsurfing. Aunque mi idea original era buscar a Carlos -el Guardaparque encargado de la zona- para una pequeña guía y tercera opción de resguardo; el horario me fuerza a desistir de ésto.

Coincidencias de viajeros, la pareja advierte que mi esperanza de Couchsurfing resulta ser una amiga y que se encuentra de viaje. Ya no queda otra que volver a depositar mi confianza a la «casita móvil», fiel compañera.

Dos campings son mis posibilidades: uno en la entrada del pueblo y otro sobre la playa. El primero me da cercanía a la ruta para seguir viaje; el otro, está en el corazón de Punta Indio, entre la principal y el balneario. Elijo el Camping de la Playa.

Recuerdo antes una cuarta alternativa: Laura Gravino, fotógrafa que conocí en la Isla Martín García, tiene casa en el pueblo. Pero desde Laguna de Rocha venimos intercambiando mensajes de encuentro y nunca coincidimos. Lo último que supe fue que había tenido un problema mecánico cuando yo todavía estaba en Magdalena y eso impedía su traslado a El Destino.

Facundo me dice que ellos se instalan en un restaurante familiar por la temporada. Como están cansados para andar haciendo de anfitriones, extienden una invitación «último recurso». Quinta opción. Andando siempre surgen mil y una posibilidades.

Sigo firme con mi elección y me recomiendan, entonces, preguntar por el Chino, que «es un amigo». Así lo hago.
El personaje parece rondar los 35. Acaba de ser padre y está disfrutando la tarde con su compañera e hija. El torzo desnudo y tatuajes por todo el cuerpo, le dan un aire viajero o al menos bacán. Lo miro y le sonrío. Él levanta las cejas, devuelve la sonrisa y asiente ante mi «¿Chino?».

No hace falta más que explicarle que dos chicos me dejaron en su puerta, que estoy viajando para conocer los paisajes más hermosos, en un recorrido que cruza más de cien Reservas Naturales de Argentina y que estoy interesado en la sustentabilidad, la conservación, la cooperación… No me deja terminar: «A full. ¡Quedate con nosotros!».

Sin ser oriundo de Punta Indio, es el único guía de turismo habilitado en el pueblo y es socio del camping-hostel mejor ubicado. Instalo mi carpa a metros de la arena y vuelvo para saber más de él y el lugar.

«Con un grupo de compañeros trabajábamos en la radio de acá. Hacíamos eventos en la playa, organizábamos un montón de cuestiones que generaban una movida cultural muy linda. Siempre cooperativa. Pero todo es político y al ir creciendo se ve que tocás algún interés y te bajan», cuenta.

Hoy se dedica casi exclusivamente al camping y busca revitalizar el turismo, pero «la gente de Punta Indio no quiere mucho al que es de afuera y el que es de afuera tiene el prejuicio de que por ser balneario de Río es sucio». Nada más alejado de la realidad.

Cementerio de hoteles

Varias veces he escuchado la frase por ahí.  Es verdad que en la actualidad no hay infraestructura hotelera para recibir una gran oleada de turistas, pero también es verdad que ante ella, varios estarían dispuestos a alquilar sus casas o habitaciones, como ocurre en todo el Partido de La Costa.

Por ahora, Magdalena y Verónica proveen cada enero dos mil personas que saben encontrar en Punta Indio en una playa casi exclusiva. La arena del balneario de agua dulce está dormida. Los cruces de tierra se alimentan de algún vehículo muy de vez en cuando.

Pero no es sólo la arena la que aguarda. Los senderos y arroyos que atraviesan la ruta del oeste al río humectan el ambiente y de ellos crece el verde a pincelazos por esquinas. Cada enero se llena de mariposas bandera argentina que revolotean  incansablemente. Con su planeo obnubilan. El naranja del atardecer pone la clave de sol y ellas con su danza, la melodía. Un espectáculo.

Sólo los vagabundos perros playeros conocen ese momento en profundidad. Algún vecino tiene la costumbre dar la vuelta canina como rutina vespertina y, por supuesto, aquellos acompañan y marcan algunos metros más adelante la senda.

La imagen es la de un pueblo flotando en la humildad de los instantes mágicos. Necesita preservar esa esencia para no contaminarse, seguro. Pero el deseo se encuentra de frente con las necesidades económicas de una población pequeña que vive principalmente del turismo.

Mi bicicleta prestada lleva atado un inflador al caño principal. Cada dos o tres cuadras paro para darle aire a la rueda trasera y seguir otros trescientos metros. ¿El aire que necesita Punta Indio?, pienso. El asiento es bajo para mis piernas largas, pero para otra persona sería una nave espectacular. ¿Para otro tipo de turismo?, me sigo preguntando.

En la tranquilidad de la noche un hombre se acerca al quincho del camping a compartir la cocina. Se queja por el «cu-cú» de un palomón que no lo deja dormir. Le canto quiero re truco con el «tu-tu» al que me tiene acostumbrado la ciudad, como una forma de mostrar mi sana envidia por el entorno en el que estábamos.

Buena parte de una comunidad sedada que se da por muerta. Coherente con sus sentidos apagados. Yo, en cambio, no puedo dejar de imaginar la concreción de su visible potencial mientras me voy a dormir.

Amanece temprano para mí. Rearmo la mochila y vuelvo a la ruta

Salgo en dirección a Bahía de Samborombón. Despidiéndome del pueblo-refugio sonrío al camino de tierra y extiendo el pulgar. Es mi señal para hacer contacto, es el signo de aprobación. Doy un diagnóstico de mejoría,  y la playa de río responde el gesto enviando nada menos que a sus guardavidas a ofrecerme viaje.

Hospedarse en lo del Chino
Camping & Hostel de la Playa

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