Caribe Por el mundo

Dominicana, también bella y solitaria

Deportes acuáticos en El Portillo en Dominicana

A diferencia de lo que ocurre con otros destinos populosos de República Dominicana, como Punta Cana o Samaná, en El Portillo reina la tranquilidad, al tiempo que se disfruta de una playa única y de actividades con un gran color local.

El Portillo en Dominicana

A diferencia de lo que ocurre con otros emplazamientos turísticos más populosos en República Dominicana, El Portillo es un remanso de tranquilidad: en las cercanías de sus playas hay un único gran hotel del tipo all-inclusive (el Grand Bahía Príncipe) y algunas pocas propiedades de locales, como el complejo de casas Portillo Beach Club. Gracias a esto, es posible recorrer sus arenas blancas sin tener que chocar con otros visitantes cada dos pasos o practicar algunos de los muchos deportes náuticos que se ofrecen a la orilla de sus aguas con delicada temperatura (el kite-surf es el que está de moda, aunque es imperativo experimentar el esnórquel, debido a la variedad de especies que habitan en la zona) sin necesidad de realizar filas interminables.

Basta pararse en la orilla para detectarlo a simple vista: la cantidad de peces es infinita. Los hay transparente con cola amarilla, negro, azul eléctrico, negro combinado con amarillo, celeste con finas rayas grises. El suelo, muchas veces de piedras, esconde erizos, algunos rojos de espinas gigantes. También cangrejos, que dejan una estela azulada cuando cavan sus guaridas, tal vez para confundir a sus predadores. Por aquí y por allá revuelan los golondrinos, unas aves pequeñas y nerviosas que tienen la difícil misión de anticipar las tormentas. Un primer plan es pedir una mamajuana (bebida bien local, armada en base de vino, canela y otras hierbas, a la que se asignan propiedades curativas) y contemplar la profusa vegetación que actúa como un muro entre la playa y el resto del mundo, compuesta especialmente por palmeras, y que se espeja, en algunos sectores, con el propio mar, que adquiere también una tonalidad esmeralda. Un punto negativo: las playas que están frente al hotel suelen estar mucho más limpias que las que se encuentran 200 metros en dirección al oeste, de acceso público.

 

El clima es cambiante y caprichoso. Húmedo y caluroso, ofrece a diario un regalo nocturno a todos los caminantes: una brisa que surge cuando se va la luz del sol y que insufla energía. Las lluvias son intempestivas e indecisas: o aparecen de repente sin anuncio previo o no aparecen jamás, luego de horas de cielos encapotados.

 

Inmersión en la naturaleza

Todo viajero que llega hasta El Portillo debe hacer dos excursiones inevitables: una, hacia la Cascada El Limón; la otra, hacia el Parque Nacional Los Haitises. En la primera, cuyo recorrido suele completarse a caballo, se llega hasta un salto de agua de 50 metros de altura que termina en una piscina natural. La vegetación circundante, los sonidos de las aves, el tronar del agua… todo hace que el periplo parezca salido de un cuento de hadas.

El Parque Nacional, por su parte, puede recorrerse de muchas maneras. Una es llegar a través del mar, en lancha, atravesando y recorriendo diversos haitises (palabra que significa montaña de piedra y que está perfectamente empleada para describir esta región: aquí y allá, en medio del agua, se erigen decenas de estas moles, algunas redondeadas en su parte superior como esferas perfectas), como el “Boca del Tiburón”, cuya forma recuerda a ese animal, o la “Cueva de la Línea”, en cuyas paredes quedan registros gráficos de los tainos, los habitantes originarios de la región.

La embarcación luego puede filtrarse a través de los manglares: árboles que cubren el agua y cuyas raíces parecen flotar sobre ella. De nuevo, sólo el sonido de las aves, del agua y de las hojas movidas por el viento copan la escena. Basta tocar la rama de un manglar para que decenas de cangrejos disparen corriendo en todas direcciones. Quienes tengan suerte, en los trayectos podrán cruzarse con algunos de los vecinos que viven en esta área, como pelícanos o incluso, delfines, que pueden pasar en pareja, nadando a los saltos frente a la embarcación, como si hubiesen sido contratados para tal fin.

 

Vida de pueblo

A sólo cinco minutos de El Portillo se erige el pueblo Las Terrenas. El trayecto, de pocos kilómetros, está íntegramente adornado por el mar a un lado y por campos de palmeras al otro. Aquí, es posible hacer un paseo por la calle 30 de Abril, donde se ubica la mayoría de los locales comerciales. Muchos motociclistas comunes y corrientes ofrecen servicios de taxis sobre dos ruedas.

Abundan también las galerías de arte: algunas, como Haitien Caraibes, con una estructura tradicional (es decir, un negocio en el que se venden cuadros); otras, en cambio, están dispuestas al aire libre: cientos de obras que, ubicadas una junto a la otra, conforman las paredes de los pasillos por los que pasa el visitante. En una de estas galerías, un cartel advierte: “Perros bravos”. Si uno se acerca lo suficiente, verá a tres minúsculos caniches ladrando sin cesar. Los centros comerciales son muy coloridos (el Plaza Taino es todo celeste; el Parque Creole, todo blanco) y emergen negocios, como la cigarrería Mundo Puro, en los que dan ganas de quedarse para siempre.

Sobre la playa, que es bonita y una versión a escala reducida de la de El Portillo, restaurantes económicos como Paco Mer o Dulce Playa coexisten con otros de diseño, como Paco Cabana, Xo o La Yuca. En todos los casos, un infalible: pedir la pesca del día. Ya al fondo, si se sigue la rambla de madera de la calle Italia, se llega al Pueblo de los Pescadores: un conjunto de casas construidas con listones horizontales largos de madera, cada una pintada de un color diferente. Aquí abundan los bares y los restaurantes, uno más bonito que el otro.

El Portillo tiene todos los beneficios que ofrece República Dominicana a los viajeros que llegan a su tierra: playas paradisíacas, sabores locales, naturaleza, costumbres originarias. Al mismo tiempo, evita las multitudes que asolan otros destinos del mismo país. En definitiva, es un destino que supo cómo ser, al mismo tiempo, bello y solitario.