Chile Viajando

La corona del postre

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Queda, calma, aunque el viento la arrecie  y el frío la golpee en cierta parte del año, hay una bohemia espiritual que se trasluce en el back office de la ciudad. Allí, poniéndole la cara al Llanquihue, Elun es la proa hacia la aventura de saborear Frutillar de a poco.

La calle principal es la avenida Philippi, que corre a lo largo de la orilla del lago. Hay cierta quietud gloriosa que no deja de convocar la mirada. Frutillar fue fundada a orillas del lago Llanquihue en 1856 por inmigrantes alemanes. Aunque de historia se sepa poco, la impronta se lee por todos lados. No sólo en la arquitectura, lo hay en la pastelería, en la organización de los espacios, la cadencia emprendedora y en cierto orden que hace del sitio un acomodado balance con el paisaje.
Los colonos construyeron sus casas en los alrededores de la bahía y se dedicaron poblar la ciudad de lecherías, molinos, destilerías, curtiembre y algunas tiendas.
Su crecimiento veloz se sirvió de ser paso obligado entre Puerto Montt y Osorno, dos localidades centrales de la zona. Frutillar creció mirando al volcán de esa última ciudad y siendo ruta entre Puerto Octay y Puerto Varas, entre otras comunidades, siempre con la vista fija sobre el lago.
Tomando la paz del Llanquihue (que en mapuche significa «lugar hundido») Elun ha creado un espacio que entona perfecto con la Región de los Lagos en el Sur de Chile. Apuesta a construir sensaciones que parten de ser coherente con el paisaje y su espíritu. 

Azul Elun
Encuentro con la esencia de lo natural y la belleza del entorno, abre sus ventanas para que desde cada habitación pueda entrar la naturaleza y el lago a confundirse con el interior. Volcanes, bosque nativo, jardines diseñados para revistas de paisajismo, bruma que esconde a los botes… el paraíso se confunde con el interior. Bar, restaurante, sauna y salón de estar con la chimenea como el núcleo de reunión para sentarse a ver el paisaje o la increíble terraza para comer al aire libre o solo dedicarse a la contemplación.
Inspiración, relajación y romanticismo, todas condiciones bien acompañadas por la repostería típica y licores nacionales o una carta de vinos chilenos para no perderse ni un sabor de lo local. 
A pasos del epicentro de la ciudad: el centro, el Teatro del Lago, las casas patrimoniales de madera en perfecto estado de conservación, el museo que reproduce la historia desde una colina que deja ver lo majestuoso del paisaje. Hay una sencillez rica y profunda, que conmueve sin que uno se dé cuenta, y que deja un sabor perdurable en el recuerdo con las infinitas ganas de volver a encontrar esa paz inaudita.

 

Sobre el autor

Walter Duer

Nació en Buenos Aires en 1974. Escribe crónicas de viajes, libros (de humor, pero también otros no tan graciosos), guiones y obras de teatro para chicos. Todavía no descubrió si viaja por placer... o porque necesita alimentar su patología de robar botellitas de champú de los hoteles.