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A Salinas Grandes en bici

Desandamos la puna jujeña en una pedaleada desde 4.170 msnm. en lo alto de la Cuesta de Lipán hasta las Salinas

Ya algunos habíamos visitado las salinas jujeñas, pero nos sorprendió la invitación a llegar pedaleando desde 4.170 msnm.

PURMAMARCA – Despertarse y admirar el Cerro de los 7 Colores debe estar sin dudas en una de esas enormes listas de lo que al menos una vez en la vida hay que hacer. Y quizá sea necesario agregar el volver a Purmamarca para tentarse siempre con nuevas experiencias. Este pequeño poblado, que se aleja apenas unos kilómetros de la afamada Quebrada de Humahuaca es el inicio de un camino maravilloso hacia las Salinas Grandes. Una extensa planicie blanca, con perfectos hexágonos que dibuja la naturaleza sobre el arído suelo, todo de sal.
Antes de llegar en bici al desierto blanco habitado únicamente en las cercanías por una pequeña comunidad de picapedreros, que otrora extraían la sal a pico y pala, ahora devenidos en guías turísticos, como Don Demetrio, experto también en crear ilusiones fotográficas que el paisaje permite, vamos a transitar la Cuesta de Lipán en combi. La ruta 52 se eleva serpenteando pequeños -muy pequeños- oásis que producen vertientes naturales y que son aprovechados por los lugareños para realizar cultivos aterrazados, una herencia quechua de los Incas. Los animales que se crían aquí son camélidos, llamas y vicuñas, las cuales se dejan en rebaño libremente buscando los mejores pastos y trepando. Trepando mucho, lo que hace que su carne sea magra y la nueva cocina gourmet norteña la haya incorporado a platos exquisitos, junto a otros tantos sabores locales como los papines y las habas.
Tras la foto de rigor en el mirador que nos permite observar la vertiginosa cuesta en casi toda su extensión, desde los 2.192 msnm en Purmamarca, avanzamos unos metros más en combi hasta el Abra de Potrerillos, a 4.170 metros de altura. Aquí, comienza la aventura.
El punto de encuentro con Alfredo y Sebastián, los guías de la agencia de turismo Norterama es justamente el puesto solitario de artesanías en el punto más alto de la Ruta 52. Dejaremos en el vehículo todo lo que no es útil para pedalear. Sobre todo las pesadas lajas recién talladas: la artesana con gran paciencia -cosa que sobra en el Norte- realiza dibujos de la puna apenas raspando las piedras y quitando los óxidos que otorgan esos fascinantes colores ocres y dorados.
Con cascos y tras una breve charla de seguridad porque estaremos circulando por la única vía de tránsito de camiones hacia el Océano Pacífico, estamos listos para pedalear. A favor y en contra: los casi 30 kilómetros que nos separan de las Salinas Grandes son en bajada, pero ese mismo aliciente para nuestras piernas, será el desafío para los frenos y el equilibrio.
Desde hace muy pocos meses que se ofrece esta experiencia en forma organizada con toda la logística necesaria para que el paseo sea seguro. Hasta ahora, eran tan sólo aventureros solitarios los que tenían la oportunidad de recorrer estos paisajes a una velocidad que ayuda a dimensionar aún más la enormidad de las distancias, los volcanes nevados que apenas asoman en el horizonte y sentir cómo el sol, implacable, latiga con sus rayos los suelos rocosos. Con muy breves detenciones para fotos y sin ninguna baja, tras una hora y media de pedaleo la misión está cumplida. Entonces, una nueva sorpresa, a metros de los Ojos de sal, un banquete norteño de tamales y humitas, nos recibe para reponer energías.
En mi check-list de «al menos una vez» falta ver las Salinas inundadas tras un día de lluvia. Habrá que volver.