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Una antigua casa milanesa

Situado en el corazón de la ciudad, a pocos pasos del barrio financiero, del “Teatro alla Scala”, del Cuadrilátero de la moda y del Duomo es el punto de referencia para quién busca el lujo

Situado en el corazón de la ciudad, a pocos pasos del barrio financiero, del “Teatro alla Scala”, del Cuadrilátero de la moda y del Duomo (la catedral de Milán), el Grand Hotel et de Milan con sus bares y restaurantes enclaves gourmets de la ciudad, es el lugar ideal para estancias de placer y de negocios.

Un lugar rico en atmósfera, densa presencia de huellas del paso de ilustres personajes cuyos nombres están escrito en la historia. Inaugurado en el 1863, el Grand Hotel et de Milan conserva todo el encanto de una antigua casa milanesa. Aún hoy es el hotel preferido por las celebridades de la cultura, del espectáculo, de la moda, de la música y del business nacional e internacional.

 

Situado en el corazón de la ciudad, a pocos pasos del barrio financiero, del “Teatro alla Scala”, del Cuadrilátero de la moda y del Duomo (la catedral de Milán), con sus bares y restaurantes que se han configurado en enclaves gourmets de la ciudad, es el punto de referencia para quién busca el lujo, discreción y privacidad, ensimismados en la atmósfera íntima y atractivamente retro de un palacio nobiliar de la antigua Milán.

Desde hace tres generaciones, la gestión del hotel se transmite entre herederos dentro de la familia Bertazzoni, que lo administran con pasión. Entre los tantos huéspedes ilustres que lo frecuentan y estuvieron Giuseppe Verdi quien eligió el “Milan” por muchos años; desde ese entonces el amor por la música y por la Ópera, cruzan como delicioso leit motiv sus habitaciones.

Fuente de inspiración

Fue inaugurado el sábado 23 de mayo de 1863. El proyecto fue encargado al arquitecto Andrea Pizzala conocido, sobre todo, por haber realizado en 1831 la Galería De Cristoforis en la misma ciudad. El edificio era de dimensiones más reducidas respecto a las de hoy. De estilo ecléctico sobre cuya fachada, y más precisamente en sus adornos, se emplearon referencias decorativas propias del repertorio neogótico. Estas referencias se obtuvieron desde las obras publicadas en aquellos años, inspiradas al movimiento romántico inglés; el llamado gothic revival.

Hacia el final del siglo XIX adquirió una considerable importancia, ya que era el único hotel de la ciudad equipado con servicio de correo y telégrafo y por eso frecuentado por diplomáticos y hombres de negocios. Poseía alrededor de doscientos cuartos, un ascensor hidráulico Stigler”, que acaba de ser restaurado y se encuentra en pleno servicio. En su interior se desplegaba un encantador jardincito de invierno y una serie de salones comedores lujosamente amueblados.

Giuseppe Verdi eligió permanecer en el hotel desde 1872, alternando la vida urbana y de trabajo con su tranquila hacienda en el campo, Santa Ágata. Por aquellos años trabajó en sus obras “Otelo” y “Falstaff”.

Para Verdi el “Milan” estaba en una posición estratégica; a pocos pasos del Teatro alla Scala y en frente a la calle Bigli, donde vivía una grande amiga suya, la Condesa Clara Maffei. En aquel tiempo la Condesa estaba muy adolorida por la muerte de su única hija y retomó la vida mundana sólo después de la apertura de una tertulia cultural en su misma casa. Fue gracias a ella, a donde concurrían personalidades como  Manzoni, Cattaneo, Correnti, Manara, Balzac y Rossini, que Verdi, afligido por la muerte de su esposa y de sus hijos, reencontró la inspiración que lo llevó al triunfo del “Nabucco”.

Después de cuarenta años de ausencia y quince de silencio, el 5 de febrero de 1887, Verdi regresaba al Teatro alla Scala con “Otelo”. Fue un gran día. Ya antes de que anocheciera en la ciudad se percibía la agitación. Todos en aquella jornada de invierno estaban en la calle, los organitos tocaban temas verdianos. En todos lados se gritaba “ Viva V.E.R.D.I.!”. Himno que tenía un doble significado: además de recordar con amor al maestro, la exclamación también significaba ¨Viva Victor Emanuel Rey de Italia”.

Después de la primera representación de “Otelo”, tal como acostumbraba para los grandes triunfos teatrales, Verdi volvía en carroza al “Milan”, pero el público quitó los caballos y llevo a mano al compositor. Apenas llegado a su habitación, fue vitoreado a viva voz. El maestro se asomó al balcón acompañado por el tenor Tamagno que cantó desde allí algunos temas de la ópera para la muchedumbre delirante. Una cantidad de publico similar permaneció delante de su ventana durante su enfermedad. Dos o tres veces el día se colgaban en la entrada del hotel los boletines con la condición de salud del Maestro.

Se roció con paja la calle Manzoni para atenuar los ruidos de la carrozas y de los caballos y así no perturbar la agonía de Verdi. Hoy todavía al exterior del hotel exhibe una placa en su homenaje.

Paredes de historias

La vida entre sus paredes ha sido extremandamente rica. En la tarde del 30 abril 1888, el entonces dueño del hotel señor Spatz, acogía con todo su personal alineado al emperador Dom Pedro II de Braganza y la emperadora Teresa Cristina de Borbón, ambos provenientes de Brasil. Para la ocasión Spatz, dispuso redecorar las estancias que ocuparían y trasformar la entrada y la escaleras del hotel en un exuberante jardín tropical.

Durante su permanencia el emperador se enfermó gravemente de pleuritis. Su regreso fue diplomáticamente atrasado, permitiendo a su hija, Isabelfirmar en su país la ley que abolía la esclavitud. Spatz comisionó para este acontecimiento una estatua alegórica representando una india que “mata las serpientes de la esclavitud”. La estatua está en la entrada del hotel.

En el abril de 1902 llegó al hotel el tenor Enrico Caruso para cantar en la Scala una nueva ópera dirigida por Toscanini, titulada “Alemania”. Fred Gaisberg, pionero de la grabación fonográfica de la Gramophone Company, estaba entusiasmado por registrar aquella voz, pero la compañía se retractó ante el pedido del artista de 100 libras para someterse al registro. Gaisberg decidió financiarlo personalmente. Así, entonces,  en una habitación del Grand Hotel et de Milan se grabó el primer disco de matriz plana de la historia de la música.

Caruso parado delante de un embudo metálico, que una pared separaba de una rara maquinaria destinada a recoger la voz, cantó diez temas de óperas. El trabajo duró dos horas. Al final Caruso se metió en el bolsillo las 100 libras y se fue a comer, Gaisberg tuvo una gran intuición a patrocinar a aquél que se volvió luego uno de los más famosos tenores del mundo.

Pero las historias no se tejen sólo entre hombres famosos. Una de las huéspedes más extraordinarias, verdadera hija de los años locos, fue la pintora y femme fatale” Tamara de Lempicka. La bella artista polaca estaba en el hotel invitada por el escritor Gabriele D’Annunzio. Parece que el poeta estaba encaprichado con ella y que quería hacerle pintar un retrato de ella al Vittoriale. Hoy se conserva una habitación dedicada a ella, donde se encuentran presentes algunas cartas que atestiguan una denso correspondencia entre Tamara y Gabriele.

Vida nueva

El sitio fue completamente renovado en 1931 y equipado con baños con modernos sanitarios, agua corriente y teléfono en cada habitación. Su elegantísimo American Bar era frecuentado por la mejor sociedad. El restaurante, ya en ese entonces era el más reconocido de Milán, además hacía alarde de una refinada cocina y de un servicio impecable.

En 1943, a consecuencia de un terrible bombardeo (que afectó también el Teatro alla Scala), todo el cuarto piso fue destruido. Sucesivamente el Estado Mayor de la 5º Armada americana requisó el hotel. El Milan se volvió el lugar de vacaciones premio para los soldados aliados, incluso el hotel tuvo su propo Director Militar. Hubo fiestas, bailes y conciertos en el lujoso y exclusivo resataurant.

El 24 de junio 1946, finalmente llegó la paz.

Una vez más resurgía de sus cenizas, manteniendo inalterado su prestigio. Fue un trabajo largo y laborioso el empezado apenas después la guerra por el arquitecto Giovanni Muzio, principal exponente del estilo Novecientos, tarrea que devolvió a la ciudad el hotel más antiguo de alta tradición, digno de la fama internacional que se había creado.

Maria Meneghini Callas fue alojada frecuentemente entre 1950 y el 1952, en ocasión de las funciones a la Scala. Ella y su primer esposo, eran capaces de discutir horas en la recepción delante de la caja de seguridad abierta, para elegir que joyas ponerse.

En el 1969, con la nueva administración, el emprendedor Manlio Bertazzoni decidió que era el tiempo de remodelar el hall y los salones del hotel, para dar un tono más vivaz a los muebles de los años 40´. La presencia de su hija Daniela y de su compañero, el fotógrafo de moda Rocco Mancino, hizo que se volviera un punto de referencia para fotógrafos, modelos, diseñadores, artistas y del mundo que gravita alrededor. .

A comienzo de los años ’70 estalló el prêt à porter italiano. Ferré y su productor Mattioli, organizaron en el hotel su primer desfile, y muchos más tuvieron en él su bautizo en un viaje hacia la celebridad. Se abrió la temporada mundana con los té concierto de las cinco de la tarde, los cocktail Scaligeri del 7 de diciembre y la Gran Gala de San Silvestro.

Ser el arte

El Milan siempre fue una especie de dependencia extramuros de la Scala. Severino Gazzelloni, famoso flautista apodado “la flauta de oro¨, estaba acostumbrado ejercitarse por la tarde con los tonos en sordina. Muchas habitaciones se comunicaban, aunque con dobles puertas cerradas. El Maestro escuchó tocar la puerta. Creyó de estar molestando y rebajó una octava. Tocaron otra vez, y él nuevamente disiminuyó la intensidad del sonido, reduciéndolo casi a uno imperceptible, pero una vocecita de mujer le rogó de subirlo en vez de rebajarlo, para gozar en privado, de aquél magistral sonido.

Otro huésped habitual fue Vittorio de Sica. En 1974, para una escena de la película “ El Viaje” (donde actuaba con Sophia Loren), se preparó un cuarto en la sala de la habitación de Verdi. La alcoba fue ocupada por Richard Burton y la joven Annabella Incontrea. A menudo era posible encontrar a Burton en los salones del bar paladeando una copa de Vodka.

Durante los últimos trabajos importantes de remodelación, ocurridos del 1990 al 1993, se encontraron partes de la gran muralla defensiva construida en el 250 d.C. por el emperador Massimiano: signo urbano importantísimo para Milán, defensa y límite de la ciudad. El núcleo de la estructura de la muralla fue construido con guijarros y fragmentos de ladrillos unidos entre ellos por un mortero muy tenaz. Los restos de la muralla, ahora cuidadosamente remodelados, se pueden admirar bajando las escaleras que llevan a la cava del restaurante Don Carlos, ubicados en el centro de la sala y rodeados por vinos nacionales y extranjeros.

El trabajo de restauración conservativa ha permitido sacar a la luz algunas arquitecturas borradas en épocas precedentes, como las columnas de granito del bar, del hall y el antiguo ascensor. El cuidadoso oficio volcado en las partes monumentales, de renovación funcional, de actualización tecnológica y reglamentaria regresaron el Grand Hotel et de Milan a su esplendor originario, conservando intacto el antiguo encanto de morada arisctocrática milanes del siglo XIX.