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Escapada offline a Azcuénaga

Con la propuesta de estar desconectados de los celulares, hacemos una salida para comer, beber y tomar fotos del pueblo en grupo de amigos

En la Buenos Aires, durante la semana vivimos conectados, alejados del sol y con las agujas del reloj corriéndonos para no llegar tan tarde a los compromisos. Por eso, como una escapada a pocos kilómetros elegimos un destino rural, sin señal de celular, calles de tierra para ir despacio y excelentes anfitriones para mimar al paladar con comida casera.

El pueblo de Azcuénaga, se ubica sobre la ruta 193 equidistante de las rutas 7 y 8, por lo que se puede llegar desde San Andrés de Giles, para los que vienen de Capital desde el Oeste, o desde Solís, para los que escapan de la Ciudad por Panamericana al norte. Pocas manzanas integran el casco urbano y como límite del mismo se encuentra la antigua estación de tren. El viejo galpón y el molino muestran las marcas de haber sufrido una fuerte tormenta, pero los rieles frente al andén, el cambio de vías y el portentoso edificio gemelo del que se puede encontrar, por ejemplo, en Carlos Keen, se mantienen inmunes a los embates de tiempo.

 

Gran parte de las estaciones que se encuentran desperdigadas en vías muertas del campo bonaerense, han ganado los colores propios de hogar de las familias que las han ocupado como refugio, con sus animales de granja, criadero de chanchos y chicos jugando sin peligro del paso del ferrocarril. De esta forma, la estación de Azcuénaga se vuelve la escenografía perfecta también para el grupo de “foteros”, discípulos de la Escuela de Fotografía de Daniel Wagner, que también jugaran entre los rieles. Otros rincones como un carga ganado a la vera de la ruta, esquinas rojisas de ladrillos desgastados o el abandonado surtidor del pueblo se vuelven protagonistas de las lentes.

Avanza el mediodía y ya comienza a dar un poco de hambre. Casi frente a la estación, en la casona que supo ser la sastrería donde Miguel, que hoy a los setenta y largos sigue recorriendo las mesas, confeccionaba tanto ropa de trabajo para el campo, como la vestimenta más arreglada para el domingo para el amplio vecindario rural de Azcuénaga. Mantiene el nombre: “La Porteña”, pero hoy su hija y nieto no cosen, sino cuecen riquísimas platos que obligarían al sastre a soltar unos centímetros de más a la cintura de los pantalones de los comensales.

La propuesta gastronómica de La Porteña es sencilla pero suculenta: una riquísima picada de campo con salames, bondiolas y quesos caseritos, berenjenas en escabeche y empanaditas de carne bien fritas. La oferta del principal llega en una pizarra de la mano de Analía quien se crio entre las paredes de la casona que está frente a la antigua estación de trenes, que será protagonista de la tarde. Toda pasta amasada a mano: ravioles de verdura, raviolones de jamón y queso, una lasagna especial (que es recomendable reservar con anticipación) y canelones mixtos con salsa de hongos. Para el postre, no hay que perderse el tiramisú o el clásico flan con dulce de leche.

Como bajativo, un limoncello y una vuelta a la plaza para seguir tomando fotos y con mate en mano y tortas fritas elegir con el grupo un próximo destino para comer rico, compartir un día sin apuros, sin conexión ni wifi, metiéndose entre pajonales y saltando entre durmientes, con la excusa de “salir a fotear”.

 

Para reservar en La Porteña: 02325 44-0449
www.facebook.com/RestauranteLaPortena